Sabado, 23 de noviembre de 2024
La mediocridad es la antítesis del arte
Unas Bodas de Fígaro anodinas
Un conocido director de orquesta de mediados del pasado siglo le dijo al director de un teatro: "para interpretar a Mozart, si la orquesta esta sin preparar, no necesito más de dos días de ensayo, si por el contrario está muy bien preparada, necesito quince días", creo que este comentario es el mejor ejemplo de lo que quería transmitir.
Ayer asistimos a la primera representación de las Bodas de Fígaro, tercer título de la presente temporada del teatro Campoamor de Oviedo.
Esta obra, estrenada tres años antes de la Revolución Francesa en Viena, fue escogida por el autor de Salzburgo, ante la impresión que le produjo, la novedosa obra de Beaumarchais, ya con tintes revolucionarios hasta el punto de ser prohibida en la mayoría de las cortes europeas incluida la vienesa. Mozart acudió a Da Ponte para que adaptara la obra "es precisamente este trabajo el principio de una fructífera colaboración-, el libretista consiguió convencer a las autoridades austriacas de que había eliminado todos los elementos subversivos que pudiera contener el drama original, aunque esto no era del todo cierto, ya que la asunción del protagonismo por parte de los criados es sin duda una novedad. Criados que además luchan por su dignidad frente a la hostilidad de un amo arrogante, en los que probablemente el propio compositor se viera reflejado ya que él mismo había librado una batalla semejante contra la servidumbre que sufrió en Salzburgo y quizá por ello experimentó un placer especial en musicar una obra en la cual los sirvientes protagonistas engañan continuamente a su amo e pos de conseguir ganar, con delicadeza irreprochable, la batalla de sus derechos.
Mozart pidió a Da Ponte que escribiera el libreto de modo que el compositor pudiera poner de manifiesto la personalidad de cada uno de sus personajes, la música da expresión precisa a los pensamientos y sentimientos de cierto número de personajes distintos a un tiempo y la orquesta es la encargada de subrayar las situaciones dramáticas. Las Bodas es esencialmente una obra de conjuntos en la que los dúos, los tercetos y los coros van en sucesión, salpicados por algunas arias inevitables, fundamentalmente exigidas por los intérpretes y por las costumbres del público.
La obra que comienza con una obertura radiante y vivaz que constituye la mejor presentación de lo que está por venir, fue ejecutada con elegancia y eficacia por la OSPA dirigida por el maestro Benjamín Bayl al que le faltó una"pizca" de "ligereza" y de luminosidad.
La Susanna de Ainhoa Garmendia fue de lo mejor de la velada, tiene una voz bien timbrada, afinada y ágil con un volumen adecuado a las exigencias del papel. Estuvo especialmente acertada en el dúo del comienzo con Fígaro.
Juan Martín-Royo como Fígaro se puede decir que "cumplió", tiene una voz bien colocada, de bello color pero falla en los tonos graves, casi inexistente en los más graves y le falta volumen para asumir un papel como este, esta carencia se hizo especialmente visible en la famosa cavatina "se vuol ballare".
La Condesa de Almaviva interpretada por Amanda Majeski tuvo un tono desigual con momentos muy logrados sobre todo en la conmovedora "Porgi amor", dónde logra transmitir la melancolía y el pesar que siente por el desamor del Conde pero tiene problemas con la uniformidad del color de su voz, con molestas opacidades y en ocasiones le falta algún armónico.
El Conde de Almaviva encarnado por David Menéndez estuvo totalmente a la altura de la partitura, es éste un cantante que va adquiriendo "prestancia" en escena además de conseguir aumentar la potencia de emisión de su voz. Tiene un timbre agradable, buena colocación y unidad de color.
El Cherubino de Roxana Constantinescu por el contrario no estuvo a la altura del papel, la obra le concede dos de las más bellas arias que posee, la inicial en la que expresa su amor por todas las mujeres y en la mitica "voi che sapete". Le falta capacidad vocal en todos los registros de la escala, no domina la emisión de los pianos y le fallan los armónicos, es una cantante joven y con estudio logrará superar estas carencias actuales.
No quiero dejar para el final a Elisandra Meilán a pesar de que su papel de Barbarina es secundario porque su actuación no fue tal destacó por lo afinada, elegante y medida de su interpretación, es también una cantante joven y si sigue por este camino le espera el éxito
La Marcellina de Begoña Alberdi fue correcta, ajustada a su papel y se desenvolvió con soltura en el aria del final que su primera protagonista exigiera al autor.
Felipe Bou como doctor Bartolo no defraudó pero tampoco sacó todo el lucimiento que este papel puede aportar especialmente en la pieza final de la misma naturaleza que la reservada a Marcellina.
Don Basilio, Antonio y don Curzio interpretados respectivamente por Jon Plazaola, Ricardo Seguel y Pablo García-López se mantuvieron dentro de un tono de corrección.
Con todo lo mejor de la función fueron los concertantes destacando el gran sexteto de la identificación del acto III, momento que se dice favorito del autor y dónde más fácil es apreciar la adaptación del estilo de la sonata a la ópera y que algunos expertos consideran el origen de la utilización de esta forma de concertante en la ópera.
El coro de la ópera de Oviedo sigue en "estado de gracia" y fue fundamental en una obra que como ya hemos señalado su autor la concibió de forma coral, hay que felicitar a sus integrantes cada vez más desenvueltos en escena a la vez que más empastados vocalmente así como a sus directores Patxi Aizpiri Múgica y Enrique Rueda Frías.
En cuanto a la dirección de escena a cargo de Guy Joosten no podemos decir más que el feísmo en estado puro imperó, sin un mísero gramo de talento o innovación, con la ya aburrida por consabida translación temporal no se sabe muy bien a dónde, eso sí a un punto indeterminado del siglo XX, quizá los años cuarenta por el estilo de Marcellina y Susanna pero que podría ser anterior a la gran guerra por el atuendo de la condesa o un momento impreciso entre este último y los años 20 si miramos a Cherubino, el de los otros varones encajaría en cualquiera de las fechas propuestas. No consiguió transmitir la viveza y gracia del enredo como demostró que sólo consiguió arrancar la risa del público en una ocasión, además de regalarnos una serie de gestos groseros que en Don Basilio llegan a lo obsceno.
La escenografía creo que si buscamos a propósito la menos adecuada para reflejar lo festivo y lujoso que envuelve la representación habríamos dado en el clavo, todo se desarrolla en una especie de invernadero destartalado y sucio que lo mismo es la habitación preparada para los futuros esposos, que la de la condesa que un salón del palacio o el jardín. Es verdad que consigue un efecto de profundidad con la perspectiva que no sé qué quiere significar, salvo conseguir que el personaje de la condesa, una intérprete muy alta, al ser situada al fondo parezca una giganta. Es curioso pero me evocó a aquellos escenarios de los años setenta y ochenta, tan denostados, pero en mugriento. Lo firma Johannes Leiacker y me hizo rememorar con nostalgia la recreación que vimos hace años de esta misma obra por el maestro Sagi en la plenitud de su carrera.
Cósima Wieck
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