Miercoles, 27 de noviembre de 2024
democracia
Abajo el estado de alarma
He denunciado desde el principio el estado de alarma impuesto a la nación y la modalidad de confinamiento desmedido, ruinoso y sin paralelos exteriores por el que se optó. Nunca me ha cabido duda de que semejante desastre no pretendía otra cosa que ocultar la pésima gestión que el Gobierno hacía y hace, ayudado a menudo por las autonomías, de la crisis sanitaria. Ahora, al cabo de dos meses de auténtico arresto domiciliario general y de varias semanas previas de desarrollo incontrolado de la enfermedad, comienza a remitir la pandemia, y ni un día antes. Subrayo esto porque, como sabe cualquier historiador, todo ciclo infeccioso, de los tan comunes en tiempos pasados, duraba unos tres meses en máximos, tras los que había un periodo de calma seguido de una nueva reactivación, como la que ya se nos anuncia para el otoño.
Entonces, ¿ha servido el confinamiento para algo positivo? Tal vez para una sola cosa: evitar el colapso del sistema sanitario, amenazado por la imprevisión y la avalancha de casos tras la semana loca del 8-M, aunque la catástrofe criminal de las residencias hace ver que ni eso se consiguió del todo. Superada esa situación concreta, ¿por qué debe mantenerse para la mitad de los españoles en grado máximo y para el resto en régimen apenas soportable? Hay dos cuestiones que nadie plantea: si el confinamiento ha sido respetado en toda España con la misma disciplina, ¿por qué unas zonas han sufrido mucho menos la enfermedad que otras limítrofes, incluso a nivel municipal o por barrios dentro de las grandes ciudades? Si el "quédate en casa" es la solución única, y todos la hemos aceptado por igual, ¿de dónde esas enormes diferencias inexplicables? Está claro que el encierro no ha sido el remedio, pues de serlo lo hubiera sido en todas partes. Más aún, ya está media España en fase 1, podemos trabajar, movernos de forma limitada, pero el virus sigue activo. ¿Por qué ahora podemos confiar en el uso de mascarilla y guantes, amén de mantenernos a distancia razonable, y antes no? ¿Por qué no se promovieron esos comportamientos sociales, exitosos en tantos países, desde el principio en vez de encerrarnos pasivamente mientras el país se hundía? ¿Por qué incluso ahora se avala un temor paralizante en vez de educar en lo que hay que hacer para que las personas de menor riesgo puedan desarrollar una vida normal? ¿A quién le interesa el miedo y la prolongación de una libertad suspendida que impida la reclamación de responsabilidades?
Columnistas
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