Sabado, 23 de noviembre de 2024
Enormes carencias culturales del español medio
Acerca del sistema educativo
Desde mi punto de vista un sistema educativo debe cumplir una doble finalidad. Por un lado, está claro (y en eso coincidiremos, espero, casi todos) que se debe proporcionar a todos sin distinción una educación académica lo suficientemente amplia como para permitir el pleno desarrollo personal; por otro, el objetivo ha de ser seleccionar y preparar de la mejor manera posible a aquellos individuos que en un futuro asumirán la tarea del mando en todos sus niveles. La pregunta es: ¿cumple el sistema educativo español una o ambas condiciones?
Analicemos la primera; no hace falta levantar muchas alfombras para darse perfecta cuenta de las enormes carencias culturales del español medio no sólo de hoy, sino de pasado mañana. Cada vez se domina menos la lengua castellana y los conocimientos básicos de Historia, Geografía, etc. están más que bajo mínimos. Pero lo que resulta mucho más grave es ver como la indisciplina, los malos modales, la pereza, el pasotismo y la falta de valores morales se apoderan poco a poco de nuestra escuela primaria y de nuestra enseñanza secundaria; y que conste que no me refiero exclusivamente al alumnado. Este tumor, que se agranda a pasos agigantados, será el culpable de graves desajustes que ya estamos pagando. Copiando lo peor de cada casa, llámese Francia, Inglaterra o EE.UU., nos hemos abandonado al impulso pueblerino de que lo de fuera siempre es mejor para instaurar modelos educativos decadentes y corruptos. Pasemos ahora a la segunda. Decía Thomas Carlyle que la Historia no era más que la biografía de los grandes hombres. Se prefiera esta tesis o la de los estudiosos de las variaciones en la curva del precio de las lentejas, es evidente que el papel de las élites, sea en sentido estricto, sea en sentido amplio, es determinante a la hora de conducir el devenir histórico de una nación. Una buena medida del estado de salud del país ha de ser, además del nivel medio general del conjunto de la población (quede claro que en ningún momento se pretende defender en estas líneas una oligarquía de tipo feudal), la cantidad y calidad de sus clases dirigentes, entendiendo como tales las que llevan la responsabilidad principal en materia económica, política, social e intelectual.
Ahora bien, el genio se caracteriza precisamente por subsistir por sí solo, y ser autónomo en cierto sentido respecto del entorno que le rodea. Es incluso admisible la existencia en un momento y lugar determinados de una “hornada” de genios que emergiendo de la nada sean capaces de alterar una situación de una forma radical. Pero esta es una circunstancia excepcional, aleatoria, y, por tanto, impredecible. Lo que sí se puede tratar de establecer es un plan claro de formación que garantice en todo momento que del capital humano de una nación importante, como España, surja permanente y constante relevo capaz de manejar las riendas con presteza.
Uno de los cometidos de la Universidad española, al margen de asumir el peso principal de la investigación científica y tecnológica en un país que apenas cuenta con iniciativa empresarial privada en ese sentido, debería consistir en capacitar a estas élites. Obviamente, esto no se puede conseguir con el actual nivel de masificación. El sin sentido de “todo el mundo a la Universidad” tiene que fenecer para dar paso a una concepción distinta: se trata de tener en el garaje unos pocos deportivos de gama alta, y no quinientos ciclomotores. ¿De qué le sirve a España tener una legión de licenciados y diplomados dedicándose a opositar a todo? ¿De qué sirven miles y miles de títulos jamás empleados? ¿De qué sirven años más o menos intensos de estudio en materias específicas que luego no serán aprovechados, salvo para presentar en un currículum vitae un papel que dice “Licenciado en...”? ¿Cuánto cuesta sostener esta espiral? No vale la respuesta clásica que se da en estos casos: “sin el título no se va a ninguna parte”. Si no hubiese tal cantidad de titulados universitarios, los puestos que ahora ocupan pero que no exigen para su desempeño el haber cursado una carrera estarían a cargo de personas igualmente capaces para ello; se trata de un problema de recursos mal empleados.
Y al margen de estas consideraciones, queda el aspecto estético, si se me permite la frivolidad. Me resulta tristísimo asistir impotente al espectáculo denigrante de ministros sin la menor capacidad oratoria, directores generales orgullosos de sus carencias humanísticas, ingenieros que no leen un libro en un lustro o licenciados que cometen media docena de faltas de ortografía en un folio. ¡Basta ya de vulgaridad, por el amor de Dios! Llegado este punto, ¿cuál es la solución al problema? Supongo que si yo la tuviera, ya estaría destinado a estas alturas a más dignos empleos que el de modesto estudiante. Me conformo con intentar ofrecer una visión sin prejuicios y sin pretensiones, y, a mi modo de ver, alejada de la ortodoxia imperante.
Partiendo de una educación primaria común a todos, soy partidario de un sistema que utilizaría algo parecido a las famosas reválidas que sufrían nuestros padres. Así, al término de esa educación primaria, se realizaría un examen de acceso al bachillerato, de manera que los alumnos que lo superasen accediesen a una formación secundaria enfocada a prepararles desde un punto de vista más intelectual para lo que sería la carrera superior. Quienes no superasen el examen, que sería de verdadera selección y no un mero trámite, u optasen por otras vías, tendrían un segundo abanico de posibilidades, con una enseñanza secundaria de otro corte que aunase una formación cultural más o menos sólida con conocimientos de tipo práctico para lo que sería su futuro laboral; estos podrían abarcar desde los necesarios para labores de funcionariado, trabajo de oficina, pequeña empresa..., hasta los distintos oficios que se identificarían aproximadamente con la incomprensiblemente desprestigiada Formación Profesional (¿conoce el lector algún país que pueda funcionar sin mecánicos, electricistas, carpinteros o fontaneros?). Por supuesto, esta reforma iría acompañada de un giro copernicano de las actitudes en el aula; se trata de ayudar a crear personas, ante todo. Y conceptos como el respeto, el deber, el sentido de la responsabilidad, el honor, el patriotismo o las buenas maneras tendrían que adquirir un nuevo y profundo sentido.
Tras el bachillerato “preuniversitario”, por así decirlo, tendría lugar otro examen para incorporarse a la Universidad; un examen de verdad, y no la Selectividad, PAU o melindreces similares. Se trataría de recuperar la figura clásica del bachiller para quienes no lo superasen, o sea, alguien con unas salidas determinadas a nivel de escala media. Nos encontraríamos con que en nuestra enseñanza superior habría el número de alumnos necesarios para asegurar el relevo generacional (no diez veces más), y con unos universitarios muy preparados, que no sólo habrían salido airosos de dos cribas importantes, sino que habrían pasado por varios cursos de intenso y serio entrenamiento. Resultado al terminar la carrera: una auténtica “aristocracia del conocimiento”.
Naturalmente, todo este entramado posee múltiples inconvenientes. Como ya he dicho, no es otra cosa que un mero ejercicio de pequeña reflexión. Probablemente, uno de los problemas que muchos mencionarían sería el riesgo de fraccionar en “castas” la sociedad; nada más lejos de mi intención. Contra el falso sentimiento de superioridad que podría aparecer de unos grupos sobre otros se combatiría desde el primer momento desde el propio sistema, con tanta mayor intensidad cuanto más arriba se subiera en la escala.
En resumen, se trata de oponer a la mediocridad, la jerarquía; al embrutecimiento, el buen estilo; a la barbarie, la civilización. Lástima que esto sea impracticable con la cosmovisión al uso y la actual ordenación del Estado y la sociedad. Pero eso ya es harina de otro costal.
Comentarios
Por Francisco 2011-03-27 13:14:00
Nuestro inteligente articulista ha planteado un sistema de enseñanza meritocrático y selectivo desde el principio, que con sus ventajas e inconvenientes, responde a una visión global antitética con la que rige o la sociedad y la enseñanza. Lo selectivo, que lo hay vergonzosa y camufladamente a través de los grupos bilingües, la diversificación, la doble imposición a los padres de la privada, que se restringe así a la burguesía urbana...se oculta hasta la PAU. Pero la sociedad no lo oculta. El mundo del trabajo es tremendo a la hora de omitir misericordia. La frustración se pospone de los 14 a los 24 ó 34 años, pero se hace más cruel. Será interesante ver a d. Arturo entrar en la "HARINA"
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