Sabado, 23 de noviembre de 2024
LA FUTILIDAD DEL VOTO ÚTIL
LOS TRES PECADOS CAPITALES DEL VOTANTE DESALENTADO
Las próximas elecciones locales y autonómicas, preludio de las generales que nos aguardan antes de que nos repongamos de aquellas, si prometen algo con visos de cumplirse es que no serán aburridas.
A los socialistas todavía les pesan sus derivas ideológicas al albur de los vientos, y como todo el mundo sabe, pues ya nos lo dijo un inspirado José Luis, el viento no es de nadie, ni siquiera de ellos. A los populares lo que les pasa es que no se entienden ni ellos mismos. Mientras unos se miran a otros sin verse, y unas se abrazan a otras sin abrazarse, Mariano tararea: "A mi me gusta la gaita, viva la gaita, viva el gaitero. A mi me gusta la gaita que tenga el fuelle de terciopelo". Su música no provoca ni aplauso ni crítica; da igual si canta o hace labor de ganchillo.
La falta de peso específico de la mayoría de los líderes políticos viene de atrás. Las mentes más brillantes de nuestra querida España no se meten ya en política. Tras los años estimulantes de la transición y del cambio, la política parece un terreno en barbecho. En él, salvo honrosas excepciones, apenas hay hueco sino para los generalmente mediocres miembros de las familias que controlan los aparatos, o los de aquellas que, agazapadas, aguardan la oportunidad de hacerse con el mando.
Desde que Daniel Montero publicó el libro "La Casta", en el que plasmaba una visión patética de nuestros políticos, acuñó "ignoro si el apelativo tenía ya entonces padres- un término de que bien pronto harían uso y abuso esos populistas de animosa denominación que han entrado como un viento del desierto en nuestro desangelado panorama político. Y como el viento no es de nadie, a ver ahora a quién narices vamos a reclamar.
Ante esta situación, me encuentro, entre mis amigos y allegados, con muchas dudas sobre lo que van a votar. En realidad, algunos lo tienen muy claro, pero cada poco su opinión difiere. He intentado clarificar mis ideas contrastándolas con las suyas y, para poder centrarme, he resumido sus posturas más sintomáticas, aquellas que no me acaban de convencer, en tres clases.
La primera es la de quienes, hartos de que les tomen el pelo aquellos a quienes habitualmente votaban, han optado por el voto de castigo: "Se van a enterar: ahora vamos a votar a Manolete y que les zurzan". Estos no me convencen. No. Porque se trata de un voto inútil que no responde a una elección madura, y que además puede llegar a constituir un problema si otros muchos votantes igual de hartos coinciden en utilizar al singular Manolete para proporcionar su personal castigo a los de siempre. Y hay penosos antecedentes en algunas autonomías y en otros países.
La segunda clase es la de quienes piensan dar un portazo y quedarse en sus casas el día de las elecciones. "Que les den morcilla; a mí no me vuelven a ver el pelo". Estos tampoco me convencen. Supone dejar todo en las manos de quien salga, renunciando a nuestro valioso derecho a elegir a nuestros representantes. Además, a buena parte de los políticos esto les importa un pito. Para eso, mucho mejor es el voto en blanco. Y no se crean esa leyenda urbana de que el voto en blanco favorece económicamente a los partidos más votados. Es matemáticamente inexacto. Palabra de ingeniero. El voto en blanco es la manera más democrática y eficaz de dar en las narices a quienes nos han defraudado, cuando no encontramos otra alternativa que nos convenza. Un dos por ciento de voto en blanco no les preocupa gran cosa, pero un seis, un ocho, un diez por ciento?
La tercera clase es la de aquellos que hacen uso del mal llamado voto útil. Es el voto del miedo. ¡Pss! ¡Pss! ¡Que vienen, que vienen! Cómo estará el patio, que hasta uno de nuestros "grandes" líderes apela a nuestra conciencia para votarles con el objeto de evitar que se derrumbe "el país que hemos creado". Que nos pida el voto, vale; pero que lo haga apelando a nuestra conciencia resulta una soberana desfachatez.
Votar eligiendo nuestra opción por miedo constituye un fracaso. Supone rendir nuestras convicciones a quien las ha traicionado, para evitar que venga otro que sabemos que tampoco cree en ellas porque nos lo dice a la cara. Siempre queda elegir otra opción razonable, aunque nos parezca que tiene pocas probabilidades de ganar. Al fin y al cabo, queremos que nos represente alguien que responda por nuestras ideas, nuestras inquietudes, nuestras creencias? aunque lo haga desde la oposición. Mejor las defenderá desde los banquillos de atrás o de enfrente que quien, sentado en los de la primera fila del hemiciclo, va a chulearnos pasándose, una vez más, nuestro voto por el arco del triunfo, que para eso les valen a algunos una vez los tienen conseguidos. Así lo han demostrado otras veces; lo que pasa es que se nos ha olvidado la película. Y si no, lo dicho antes: ahí está el voto en blanco.
Vote, amigo mío, vote. Si no lo hace, a ellos les dará igual. Vote a quien en conciencia considere usted que merece, aunque sea un poco, la oportunidad y el honor de representarle. Y si no encuentra a nadie, vote en blanco, pero vote. No regale a algunos su abstención. No se lo merecen. Y los demás votantes tampoco. Al menos sentirá que lo ha intentado. Y quién sabe? a lo mejor hasta suena la flauta.
Oviedo, 13 de abril de 2015
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