Sabado, 23 de noviembre de 2024

Una grandeza paradójica

El fracaso cultural del franquismo

Al ganar la guerra contra la revolución y el separatismo, los vencedores se
propusieron elaborar un fundamento intelectual del nuevo régimen que
demostrase su superioridad sobre el liberalismo y el comunismo; y al mismo
tiempo impulsar una cultura nueva, contra la intensa denigración y
falsificación de la historia de España realizada por izquierdas,
separatistas y regeneracionistas. Contra los “gárrulos sofistas”, como los
llamó Menéndez Pelayo.

La cultura española debía tomar nuevos rumbos, una renacida creatividad que
enraizase en el Siglo de Oro y tuviese proyección mundial (así concebían
muchos la idea de “imperio”, tan invocada por entonces). El balance de ambas
aspiraciones, visto en perspectiva, es más bien de fracaso. Como señaló
Serrano Súñer, el Instituto de Estudios Políticos, creado para dar
fundamentación intelectual al régimen, no llegó a cumplir su misión, aunque
entre tanto produjo bastantes obras valiosas. Y con el empeño cultural
ocurrió algo semejante. Lo cual contrasta fuertemente con el extraordinario
éxito del franquismo en los terrenos político y militar, en los cuales
derrotó una y otra vez a todos sus peligrosos enemigos; así como en el
económico, sin comparación con antes o después.

La cuestión cultural tiene especial relevancia, y al mencionar su fracaso no
me refiero a la situación general. Desde luego, en aquellos años el
analfabetismo fue desapareciendo, se generalizó la enseñanza primaria, la
enseñanza media y universitaria creció –ya en los años 40– muy por encima de
la república, particularmente en el acceso femenino a las dos últimas.
También puede sostenerse razonablemente que el pensamiento, la literatura,
la música y otras manifestaciones artísticas, superaban cualitativamente a
las actuales. Los antifranquistas –que nunca fueron demócratas—han solido
recrearse en la idea de un imaginario “páramo cultural” de aquella época,
cuando bien cabría adjudicar la expresión a la actualidad.

El fracaso aludido se ciñe a la creación de una cultura nueva sobre los
valores más defendidos por el régimen: tradición y catolicismo (también
monarquía). Menéndez Pelayo, uno de los intelectuales españoles más
importantes y de mayor proyección exterior, sirvió de orientación general.
Pero si bien su crítica histórica tenía gran valor, sus remedios resultaban
más dudosos. Es una evidencia parcial que, en su edad heroica, España fue
(entre bastantes cosas más) evangelizadora de la mitad del orbe, martillo de
herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…. Hasta puede
decirse que ésa es nuestra grandeza, aunque no exclusiva. Ya suena más
improbable que nuestra unidad dependiera de ello, porque imaginar en el
siglo XX una labor evangelizadora semejante, ligada a la potencia militar y
la colonización, resultaba más que irreal, inverosímil. Si bien cabe
ensalzar aquellos hechos y encontrar en ellos inspiración, no es cierto que
sin ellos España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vetones o
de los reyes de taifas.

La unidad íntima y estricta entre España y el catolicismo no corresponde a
la realidad, y por cierto, es una idea poco cristiana: “A Dios lo que es de
Dios y al César lo que es del César”. España fue forjada culturalmente por
la Roma pagana, y políticamente por el arriano Leovigildo. Y toda Europa, no
solo España, fue cristiana, al menos hasta hace poco, y católica la parte
occidental hasta la escisión de Lutero. Francia, considerada hija predilecta
de Roma (la sede del Papado, no la Roma antigua), guerreó abundantemente
contra España; y la Iglesia pesó mucho para asegurar la secesión de Portugal
impidiendo completar la reconstrucción después de la invasión islámica. Como
ha pesado en los separatismos del siglo XX. Sin contar que España no fue
católica y monárquica solo en su época de esplendor, también en su profunda
decadencia, cuando la aversión a las novedades anquilosó al país y a la
misma Iglesia. Y en el franquismo, declarado estado católico, la Iglesia fue
un factor importante, desde los años 60, en el renacimiento de los
separatismos. No existe, pues, tal dependencia inexcusable entre unidad
española y catolicismo, algo además difícil de sostener en el mundo de hoy.
Ni siquiera la Iglesia lo sostiene.

Los retos del siglo XX eran otros. Podían ser abordados, y quizá debieran
serlo, desde la (difícil) recuperación del espíritu de la mejor época del
país, pero una cosa es desearlo y otra cumplirlo porque, al parecer, el
espíritu sopla donde quiere. Hubo una cultura propiamente franquista nada
desdeñable, en los años 40 sobre todo, como la poesía y narrativa falangista
o la propiciada por el Opus Dei desde el CSIC, por ejemplo. Pero el régimen,
nada totalitario, permitió desde el primer momento otras corrientes ajenas a
los ideales del régimen, como reseña Julián Marías.

En 1944 ganó el primer Premio Nadal la novela de Carmen Laforet Nada que,
desde luego, no liga con los cánones oficiales de la época; por no hablar de
Cela, por poner dos casos relevantes En cambio el impulso inicial
propiamente franquista fue anquilosándose en esquemas explicativos simples,
cuando no paranoicos, en los que la masonería o el sionismo representaban el
mal absoluto escondido tras los desastres del mundo. Según Laín Entralgo, la
vida intelectual en aquel régimen fue floreciente, pero se embrollaba al
ensalzarla como opuesta al franquismo. Lo rechazaban muchos, a menudo
provenientes de la Falange u otros sectores del régimen; pero otros muchos
se situaban simplemente al margen de él, y bastantes continuaban con su
fervor inicial. Y aquí encontramos dos verdades: el franquismo apenas
obstaculizó a los escritores e intelectuales ajenos e incluso contrarios a
su pensamiento y deseos: los permitió e incluso facilitó en el cine, la
literatura y otras actividades. Y por otra parte, según el franquismo se
liberalizaba, numerosos intelectuales y literatos se orientaban hacia
ideologías totalitarias. Aquel fracaso, por ello, no deja de tener cierta
grandeza paradójica, y el antifranquismo terminaría dejando tras sí una
estela de esterilidad, sobre todo desde la transición.

Pío Moa.


Comentarios

Por El FRANQUISMO CARECÍA DE 2013-10-12 16:21:00

Franco entre otras razones gano la guerra por los curas, estos son como las señoras que aburren en la cocina, de todas maneras en aquel tiempo y más ahora se junto el pan con la gana de Comer. Franco como cultura CERO, no hay, salvo que entendamos como cultura los ambientes cuartelarios. Franco se valió de los curas y estos mas de Franco y hoy se puede decir gracias a Dios que el ambiente que sufrimos son daños colaterales y los mayores responsables están como llevan siglos traicionando y echando la culpa a los muertos, ellos como siempre a seguir. Miren mientras no estén los curas encerrados en sus iglesias y sacristías y a esta versión de la izquierda acotada por la Justicia y los otros de igual manera, si invaden lo que no les corresponda. España se va adisolverr en poco tiempo como la sal en el agua.


Por Observador 2013-10-10 00:50:00

Podría ser, pregunto, que si con la actual catequizaciòn separatista no pasará como con la franquista, que sus hijos renegaran de sus padres y saldran Nacionales, como los hijos de los franquistas salieron rojos y del Psoe. Buen día.


Por Visor 2013-10-09 20:26:00

Nada más fuera de lugar que pretender que inmediatamente después de la guerra civil Franco entregase el Régimen, por ejemplo en manos de D. Juan de Borbón, padre del Rey. Más adelante el Régimen fue avanzando hacia cierto permisivismo; estaba la revista Fuerza Nueva, pero también Cuadernos Para el Diálogo; también La Codorniz con su esquive semanal de la censura más o menos rígida. Las editoriales publicaban y vendían a Gironella o Foxá, pero también a Ángel María de Lera o por ejemplo a Morris West, Pearl S. Buck, Hemingway, Pasternak, Green. etc. etc. Por otra parte quizá haya que aplicar para distinguir mejor los concepto emic y etic explicados por el catedrático Gustavo Bueno.


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