Sabado, 23 de noviembre de 2024
La burocracia casi feudal en que se ha convertido el Parlamento Español
La hora final
Es doctrina asentada en la milicia que vale más un solo jefe malo que dos buenos, tal parece que la unidad de mando resulte imprescindible para casi todos los negocios humanos, y los de la alta política internacional no escapan al dictado de ese apotegma.
Superado el fin de la historia que algunos proclamaron en 1989, nos encontramos hoy frente a una nueva hora final, la de la democracia y la libertad futura. Importa saber si esos valores políticos van a sobrevivir en el mundo que se anuncia o si sobrevendrá su probable decadencia histórica. En cualquier caso, para quien los considere irrenunciables, es preciso reconocer de una vez por todas que sólo los Estados Unidos de América están en condiciones de encarnarlos, de protegerlos y de liderar su defensa en el mundo.
De la democracia y de la libertad hay que decir algo que su rutinario disfrute en Occidente lleva a perder fácilmente de vista, y es que se trata de realidades más bien improbables y extrañas en el devenir histórico de la humanidad. Lo normal, lo que sabemos de las edades que nos han precedido, y lo que se comprueba sólo con echar la vista alrededor, es que la opresión, la pobreza y la injusticia son los ingredientes, casi diríamos naturales, que cimentan las sociedades humanas de todos los tiempos. Y nada permite asegurar que en el futuro esas calamidades no vuelvan a reclamar sus fueros, como pretendió el socialismo, sólo que esta vez de una manera planetaria, irreversible y total. Es lo que ocurrirá si América cae.
Esa amenaza es real y está a la vuelta del camino. Por una parte, el avance imparable del terrorismo islámico, que ha instalado una ancha cabeza de playa en Occidente; luego, la emergencia de poderosas fuerzas no democráticas, como Rusia y China, de beligerante influencia universal; en tercer lugar, la carcoma del progresismo, que por acción o por omisión trata de cegarnos y de impedir nuestro rearme moral y nuestra defensa colectiva.
Nadie está hoy en el mundo facultado para enfrentar todos y cada uno de esos desafíos salvo los Estados Unidos, pero ni su poderosa economía, ni sus Fuerzas armadas hoy imbatibles, ni su ciencia de vanguardia serán suficientes más allá de cierto plazo.
Para ello es necesario algo más, que se les reconozca decididamente su liderazgo en el mundo, porque la moral de un ejército es fundamental para ganar la guerra, y esa moral, la nuestra, la de Occidente, se sustenta en los valores de la democracia liberal que ellos mejor que nadie representan. Ahora bien, ¿es la democracia un valor realmente aceptado en Occidente? ¿Es la libertad un fin irrenunciable, y no sólo políticamente, de la vida humana? ¿Estamos ya cínicamente de vuelta de todo? Estas preguntas no son retóricas, las induce la penosa constatación de que a veces se teme a la libertad, cuando no se la odia, caso del progresismo. Y la democracia se ha convertido las más de las veces en una vacía cáscara que sólo escenifica su existencia mediante unas aburridas elecciones que no son, como piensa el común, ni mucho menos lo más importante de la misma.
Ya se acuda a la lectura de su brevísima y esencial Constitución, ya se eche una simple mirada a las realidades políticas cotidianas, cualquiera puede entender que la democracia americana nada tiene que ver con las europeas, a excepción tal vez, pero por otros motivos, de la inglesa. Lo que allí se da es una democracia riquísima, dinámica y directa, mientras que a este lado del Atlántico contemplamos un pesado, burocrático y mediatizado (por los partidos) envés. En Europa, cuando no queda más remedio que aceptar la evidencia democrática americana, se la afea tildándola de populista. Lo cual es una forma de reconocer que es preferible la aristocrática manera en que los partidos del Viejo continente usurpan al pueblo hasta el más pequeño resquicio de soberanía. Si hay algo que respete menos el ciudadano americano es a los políticos, y eso que allí no existe, como ocurre en Europa, una conciencia de clase que los aglutine corporativamente por medio de los privilegios comunes. Por otra parte, en Europa se desconocen las reales y variadísimas posibilidades de que la iniciativa popular dispone para rectificar o rechazar las decisiones de sus representantes, lo cual significa, ni más ni menos, que el representante no es allí más que un comisionado del pueblo y por tanto de inferior dignidad política que quien le otorga el puesto, el representado.
Todo lo contrario que en España, por ejemplo, donde los partidos están por encima no sólo de sus miembros (a quienes no elige el pueblo, sino el partido por medio de las listas cerradas), sino que en el parlamento no se dan jamás las iniciativas individuales de los diputados, como es fama en América, pues allí se legisla en bloque según lo que ordene el alto Sanedrín del partido. Con lo cual tenemos que los representantes del pueblo no lo representan en absoluto, y el partido, que no recibe como tal los votos populares, se adueña del parlamento sin que rechinen los fundamentos del sistema.
Que las Cámaras dispongan de centenares de escaños resulta entonces costosamente inútil, pues bastaría con un diputado por partido cuyo voto valiera tanto como el porcentaje total de los sufragios obtenidos, con lo cual nos ahorraríamos la manutención y otras gabelas de la clase, esta sí, política española, pues parece evidente que sea cual sea el número de diputados, uno o diez mil, los resultados de las votaciones parlamentarias serían siempre cansinamente iguales. Los nombres de los congresistas americanos es sabido que suelen etiquetar las leyes y las iniciativas parlamentarias, y los miembros de un mismo partido pueden discrepar de hecho y de derecho en sus actuaciones y aun coincidir con las del partido contrario, ejemplos meridianos de lo que debe ser una democracia verdadera, y no la burocrática, impopular y casi feudal manera que aquí se estila.
Esta extendida concepción de la democracia carece, como se ve, del contrapeso liberal que, junto con un poder judicial independiente, frena toda tentación absolutista. Pero es la fórmula que en Europa prefiere el activismo progresista y es también la responsable no sólo de la ínfima calidad de nuestras democracias, sino de la carencia de un patriotismo político basado en la defensa de la libertad personal. Si a esto se añade el antiamericanismo que difunde la progresía, incapaz de reflejarse en el espejo de la democracia estadounidense, tendremos los elementos que, combinados, explican nuestra dejadez ante los más altos valores políticos que ha inventado la humanidad.
Si América cae… Los tiempos que corren son de una tensa incertidumbre. Occidente necesita reagrupar sus fuerzas y aprestarse a defender los incanjeables valores de la democracia, la justicia y la libertad, sin los cuales la vida humana, para quienes dispongan entonces de la fuerza, valdrá muy poco. Desde que Clístenes, en el 508 a.C., fundara en sus líneas esenciales la democracia, y Pericles la profundizara después para hacer que el pueblo y no los cargos se hiciera con los resortes del poder, nadie había encarnado mejor esos antiguos ideales de convivencia ciudadana que la gran democracia americana.
Quienes queremos defender esos principios irrenunciables (por eso somos liberales y conservadores a la vez) tenemos la obligación moral de apoyar a un solo jefe, el más adecuado, el más fiable y el más ejemplar. Por otra parte, no es malo. Y, además, no hay otros.
Columnistas
La subida global de temperaturas y la conveniencia de ir sustituyendo las fuentes de energía tradicionales (gas, petróleo y carbón) por otras más sostenibles es un tema de permanente actualidad tanto en los medios de comunicación como en la política. Frente a la versión aplastantemente mayoritaria del problema y sus soluciones, el ciudadano atento y bien informando acaba descubriendo algunos problemas a los que no se les presta demasiada atención. En este artículo se presentarán algunos de ellos
Por Francisco Javier Garcia AlonsoLeer columna
La propuesta que más influyó para atraer el voto de muchos europeos hacia las nuevas derechas es el rechazo a las políticas que facilitan la inmigración incontrolada, pues están convencidos de que aumenta la delincuencia y favorece la islamización de Europa
Por Angel Jiménez LacaveLeer columna
La alternativa a la "justicia social" no es un escenario de pobres muriéndose en las aceras por falta de recursos para pagarse un hospital. La alternativa sería una sociedad en la que, con una presión fiscal que fuese muy inferior a la actual, la gran mayoría de la gente se las arreglase muy bien por sí misma, sin depender de papá Estado. Publicado en el centro Covarrubias
Por Francisco J Contreras Leer columna
Este hombre de 82 años ha hecho más daño al sanchismo en dos meses que Feijóo y sus diputados en esta legislatura
Por Rafael Sánchez SausLeer columna
En su libro “Agenda 2033, nueva y eterna”, Eduardo Granados presenta una propuesta para que pongamos nuestra mirada en 2033, fecha en la que se cumplen dos mil años de la Redención. En 2033 confluyen las celebraciones del bimilenario de la institución de la Eucaristía, de la muerte y resurrección de Cristo y del nacimiento de la Iglesia. En esta entrevista el autor nos da las claves de esta original propuesta.
Por Teodoreto de Samos Leer columna
Detrás de tanta normativa milimétrica se agazapa una desconfianza descomunal en la gestión privada, que actúa como un implícito reproche moral. Publicado en El Debate
Por Enrique García MáiquezLeer columna
Occidente no perdió el rumbo en 1776, sino en 1917 y 1968.
Por Francisco J Contreras Leer columna
Sólo el advenimiento de los Reyes Católicos, y el resultado de su prodigiosa obra, pudo superar, andando el tiempo, esa primacía en la memoria de los castellanos. Pero para ello hubieron de pasar casi doscientos cincuenta años Publicado en El Debate
Por Rafael Sánchez SausLeer columna
Cabe resaltar aquí lo afirmado por el fiscal jefe de la Audiencia Nacional: "En definitiva, da igual el explosivo que se utilizara, lo cierto es que todas las pruebas apuntan a que estos personajes fueron los que cometieron ese atentado y la trama asturiana proporcionó los explosivos" (sic).
Por Ana María Velasco Plaza Leer columna
El papel rector de la Comisión Europea —que concentra todo el poder ejecutivo y gran parte del legislativo de la UE, pero no responde ni ante los Gobiernos nacionales, ni ante los ciudadanos europeos ni ante el Parlamento Europeo— es el principal instrumento de ese proceso de supranacionalización Publicado previamente en LA GACETA
Por Francisco J Contreras Leer columna