Viernes, 26 de abril de 2024

La mutación "cultural" de la izquierda

Nueva izquierda y Cristianismo

“NUEVA IZQUIERDA Y CRISTIANISMO” Conferencia de FRANCISCO J. CONTRERAS PELAEZ en el Ateneo Jovellanos, el 23 de febrero de 2012    

El catedrático de la Universidad de Sevilla, Francisco José Contreras Peláez, acaba de publicar “Nueva izquierda y Cristianismo”, obra de Ediciones Encuentro, con 270 densas páginas que incluye un prólogo de Jaime Mayor Oreja y un capítulo (“Relativismo y Tolerancia”) de Diego Poole, también Profesor de Filosofía del Derecho, en la Universidad Rey Juan Carlos.

  Para presentar este libro tuvo una conferencia el pasado 23 de febrero en el Ateneo Jovellanos de Gijón  

El profesor Contreras nació en Sevilla en 1964; tiene, pues, 48 años, a pesar de lo cual su currículum académico es desbordante. Se licenció en Derecho en la Universidad de Sevilla en 1987, ejerciendo primero como Profesor titular en la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de la Universidad de Huelva (1988-1991). En la misma Universidad de Sevilla obtuvo el doctorado en 1993, siendo en ella primero Profesor titular y, desde 2007, es catedrático de Filosofía del Derecho, impartiendo las materias anejas a esta cátedra: Derecho Natural, Filosofía del Derecho, Teoría de la justicia, Derecho de la Informática.  

 Ha realizado estancias investigadoras en el Instituto Internacional de Derechos Humanos de Estrasburgo, en la Universidad Johannes Gutenberg, Maguncia, y en Balliol College, Universidad de Oxford. En 1999 recibió el Premio Legaz Lacambra de Pensamiento Jurídico. Muy recientemente fue designado por el Rectorado de la Universidad San Pablo CEU titular de la Cátedra de Estudios de la Familia “Balbuena de la Rosa”, encargado, pues, de promover publicaciones, investigaciones, estudios y seminarios en torno al tema de la familia. La Cátedra se presentó oficialmente el día 15 de diciembre de 2011, junto con la última entrega de los Premios de Investigación y Difusión Balbuena de la Rosa-CEU.  

Sobre su tesis doctoral publicó, ya en 1994, su primera obra “Derechos sociales: teoría e ideología”, seguida pronto de otros títulos como  

Defensa del Estado social, (1996),

“La filosofía de la Historia de Johann G. Herder (2004),

“Savigny y el historicismo jurídico (2005);

“Tribunal de la razón: el pensamiento jurídico de Kant” (2005);

Kant y la guerra: Una revisión de “La paz perpetua” desde las preguntas actuales, (2007).

 Su última publicación es: Cristianismo y nueva izquierda (en colaboración con Diego Poole), Encuentro, Madrid, 2011.

  Pero entre la primera y la última de sus obras hay una larga lista de 57 artículos y colaboraciones en obras colectivas y Revistas especializadas, tales como el Anuario de Derecho Europeo, la Revista de Estudios Políticos, el Anuario de Filosofía del Derecho, la Revista del Instituto Bartolomé de las Casas, Persona y Derecho, Anales de la Cátedra Francisco Suárez, la Revista Internacional de Pensamiento Político,  y otras más.

  Para poder hacerse una idea del amplio abanico de materias, no sólo jurídicas en sentido estricto, abarcadas por el profesor Contreras, extracto algunos títulos:

  "Deuda externa latinoamericana y justicia económica internacional (1996)

"Tres versiones del relativismo ético-cultural” (1998)

"Neoliberalismo y Estado social” (1999)

“Cinco tesis sobre el nacionalismo” (2002)

 “El concepto de progreso: de San Agustín a Herder” (2003)

 “El debate sobre la superación del positivismo jurídico” (2007)

“Europa: agonía del sesentayochismo, ¿retorno del cristianismo?” (2008)

“Cristianismo, razón pública y guerra cultural” (2010), que puede decirse que es la génesis del libro de hoy  

 Otros títulos suyos son:

  “La ideología de los derechos reproductivos”, “Izquierda y objeción de conciencia”, “Las verdaderas causas del fracaso educativo”, “Los derechos indígenas en las nuevas constituciones hispanoamericanas”; “Cristofobia y antidiscriminacionismo”; “Laicidad, razón pública y ley natural: Reflexiones a propósito de la nueva Constitución húngara”; “Ingeniería social en España”, etc. etc.

  Debo omitir, lógicamente, sus recensiones de libros o artículos periodísticos, así como la multitud de conferencias y ponencias pronunciadas; si bien quiero resaltar su participación en el III Curso de Verano “Las Raíces Cristianas de Europa”, organizado, desde hace 4 años por la ACdP y la Universidad San Pablo CEU, y celebrado en Covadonga en 2010, donde presentó la brillante conferencia titulada "Excepcionalidad europea, raíces cristianas y neutralidad confesional", en parte retomada en este libro de hoy. En aquél mismo Curso de Verano pronunció el Ex-Director General de Asuntos Religiosos y Diputado, Eugenio Nasarre, una lección de clausura titulada “EL CRISTIANISMO EN LA CONSTRUCCION EUROPEA”, que fue publicada por el Ateneo Jovellanos.  

En este mismo orden, participó en el último Congreso Católicos y Vida Pública (2011) con la Ponencia “El derecho a ser laico”; y títulos como “Catolicismo y retos culturales postmodernos”; “Cristianismo y crisis cultural europea”; “El debate sobre el aborto en Europa y Estados Unidos”; “El concepto de laicidad positiva”; “Iglesia y batallas culturales de la postmodernidad”; "Neoliberalismo y Estado social”; “Ley económica y justicia” dan idea de su competencia y preparación en el fondo de la cuestión que trata en su último libro.

  El libro parte de un planteamiento inicial. Defiende que las diferentes crisis que nos agobian hoy (económica, financiera, social…) no son, en definitiva, sino manifestaciones de una única crisis, más profunda: la crisis de valores. De ahí que el principal debate al que han de enfrentarse intelectuales, políticos y sociólogos no es el económico o el político, sino el cultural. En él, solo caben dos modelos contrapuestos: el basado en la cultura del relativismo, donde, en una concepción malentendida de la libertad, todo vale, y el modelo contrapuesto, basado en la defensa de un sistema de principios y valores morales.  

 Así, explica que tras su fracaso, la izquierda política europea pretendió sustituir su modelo socio-económico por otro moral-cultural, basado en el relativismo, según el cual, para que una persona sea auténticamente libre, lo más importante es que no crea en nada o en casi nada. Y frente a esta postura, la única institución que actualmente defiende valores morales es la Iglesia (católica, más concretamente), por lo que se ha convertido en el blanco de los ataques de la izquierda progresista.  

 En el tercer capítulo, Cristianismo y confianza en la razón; se analiza el proceso histórico de eclipse de la confianza occidental en la razón, y llega a la conclusión de que la creencia en la fiabilidad de la razón y la creencia en Dios son inseparables.

  Se da la paradoja de que, precisamente, la Iglesia, a la que muchos acusan de no racional en sus creencias, sea quien haya salido en defensa de la razón. Este apartado pretende dar racionalidad a la creencia, a la fe, a la que la ciencia ha llegado a relegar al fideísmo, que la concibe como una pura vivencia, un salto gratuito al vacío, carente de justificación racional. Dice Contreras: “En la medida en que la religión renuncie a su componente racional, quedan las puertas abiertas al fundamentalismo, el literalismo, el sentimentalismo y otras derivas”.  

 Extraigo aquí un resumen de su conferencia en el Ateneo Jovellanos:  

“Nuestro libro pretende ser una pequeña contribución a la batalla cultural que se desarrolla hoy día, en España como en otros países occidentales, en torno a cuestiones como la familia, la bioética, la educación o el lugar de la religión en la vida pública. Creemos que estos, junto a la cuestión ecológica, la cuestión demográfica y el ajustamiento entre civilizaciones rivales en un mundo globalizado, van a ser los grandes asuntos del siglo XXI.

  Pensamos también que, al menos en España, la izquierda lleva una importante ventaja en la comprensión de la centralidad de tales temas. La izquierda dejó de ser socialista hace décadas; fracasó en su proyecto clásico, que era la superación del capitalismo y la socialización de los medios de producción. Se ha resignado a la gestión del capitalismo, cifrando su matiz diferencial sólo en cierta querencia keynesiana al aumento del gasto público y la redistribución vía prestaciones sociales. Pero incluso este último rasgo diferencial está llamado a desaparecer en las actuales circunstancias de austeridad presupuestaria y adelgazamiento del Estado: unas circunstancias que parece no van a ser transitorias, sino definitivas.

  La izquierda se ha rendido,  por tanto… pero sólo en lo económico. La izquierda ha experimentado una mutación que la lleva a redireccionar su vocación transformadora desde el ámbito socio-económico al ámbito cultural y moral. No habiendo podido revolucionar el modo de producción, ha decidido revolucionar las costumbres, los códigos morales, el espacio privado. Las banderas de la izquierda del siglo XXI no son ya el Plan Quinquenal, los servicios públicos a la escandinava o las reivindicaciones sindicales, sino el aborto libre, el feminismo radical, el matrimonio gay o el relativismo cultural.  

 Por tanto, las medidas de ingeniería social adoptadas por el gobierno de Zapatero no fueron brindis al sol ni cortinas de humo, sino apuestas centrales totalmente definitorias de la orientación de la nueva izquierda.  

Uno de los terrenos de intervención es la bioética: la liberalización definitiva del aborto, la aprobación de la ley de ingeniería genética más permisiva de Europa y los coqueteos con la eutanasia son coherentes con una tendencia general a la desacralización de la vida humana (al menos, en sus extremos: la fase uterina y la enfermedad terminal) y a la consideración de la dignidad humana como una cualidad que no corresponde a todo miembro de la especie (cualquiera que sea su edad o estado de salud), sino sólo a aquellos “que decida la mayoría” (una mayoría compuesta por adultos sanos que, por así decir, se reservan el derecho de admisión en la comunidad moral). Esta restricción del alcance de la dignidad humana revela cuán falaces son los eslóganes de “inclusividad” y “extensión de derechos” agitados por la nueva izquierda: el pseudoprogresismo se jacta de ampliar el supuesto “derecho al matrimonio” a las parejas del mismo sexo (desfigurando así su naturaleza) y de extender las políticas asistenciales del Estado a capas cada vez más amplias de la población (poniendo así en peligro su sostenibilidad presupuestaria); pero, en abierta contradicción con ello, restringe, en lugar de extenderlo, el espectro de titulares del derecho a la vida, excluyendo de él a las personas más vulnerables (los fetos y los ancianos y enfermos terminales.

 Los pocos centímetros de piel que recubren el útero son la clave de la aceptación social del aborto: si el vientre materno fuese transparente, ninguna mujer sería capaz de abortar, y nadie sería capaz de aprobar dicha práctica. En un debate televisivo en España, una representante del bando pro-aborto huyó físicamente del plató cuando su oponente pro-vida mostró a la cámara la imagen de un bebé en el seno materno. En Italia, el Instituto de Autodisciplina Publicitaria (IAP) reprobó –en 2005- la publicación de la ecografía de un feto de 15 semanas chupándose el dedo en unos carteles del Movimiento por la Vida: la bella imagen fue calificada como “objetivamente chocante y angustiosa”. Antonio Socci ha hablado de un “tabú tácito” en nuestro tiempo, que prohibiría la exhibición de imágenes de la vida prenatal. La sociedad abortista se niega a mirar el rostro de sus víctimas, de aquéllos a los que ha declarado sacrificables.  

En el fondo, la sociedad “sabe” de sobra que lo que hay en el vientre de la mujer es un ser humano en desarrollo, y no “material biológico” anónimo. Lo admite implícitamente de muchas formas: penalizando la destrucción de dicho ser sin consentimiento de la mujer; recomendando (y, en algunas ocasiones, prescribiendo) a la mujer que no fume, beba alcohol o tome drogas si está embarazada; desarrollando artilugios que permiten a la madre amar y cuidar a su hijo ya durante el embarazo (estetoscopios para oír el latido del corazón fetal, libros sobre “cómo comunicarse con el bebé en el vientre materno”, etc.); y desarrollando una cirugía intrauterina que permite corregir graves malformaciones (como la espina bífida) del bebé in utero (a veces, el mismo doctor cura o mata el niño, según cuál sea el deseo de los padres).

  En lo que se refiere a la familia, lo característico de la nueva izquierda es una redefinición emotivista del concepto: para la nueva izquierda, familia no es otra cosa que un grupo de personas que se quieren (da igual su sexo o su número) y sólo mientras se quieran (entendiendo por “quererse” la persistencia de la pasión amorosa). La consecuencia jurídica de esta concepción es, por supuesto, el final del estatus privilegiado que todas las culturas de la historia reservaron a la asociación de hombre y mujer abierta a la descendencia y comprometida para siempre; un estatus especial que se apoyaba, no en una superior calidad de los sentimientos de los cónyuges, sino en el hecho biológico-social elemental de que la pareja heterosexual estable es el entorno natural para la generación y educación de niños. Pero el imperio de la emoción impuesto por la nueva izquierda determina que se atienda más a los afectos subyacentes que a la función social objetiva cumplida por los diversos tipos de agrupación humana. La emotivización de la familia exige también el facilitamiento del divorcio, para que las personas puedan abandonar sin trabas aquellas relaciones en las que la intensidad emocional haya descendido por debajo de cierto nivel considerado imprescindible. La dictadura de la emoción conduce así al “imperio de lo efímero” (título de una obra de Lipovetsky).  

 Lo que el sentido común y el ethos de todas las culturas han sabido durante milenios (a saber, que un niño necesita a su padre y a su madre) es confirmado abrumadoramente por los estudios empíricos. El secreto a voces circula ya libremente en EEUU (adecuadamente aireado por organizaciones como Focus on the Family, Family Research Council, etc.)… pero sigue resultando tabú en Europa. Una censura ideológica tácita impide difundir aquí ese tipo de investigaciones: los resultados son demasiado políticamente incorrectos; echan por tierra el dogma progresista de la “pluralidad de modelos de familia”.

  Finalmente, otro vector de la nueva izquierda es la marginación de los ciudadanos con creencias religiosas: estos están permanentemente bajo sospecha, como personas que todavía creen en peligrosas “verdades absolutas” que intentarán intolerantemente imponer a toda la sociedad. Se nos intenta cerrar la boca a los católicos cada vez que defendemos, por ejemplo, la vida del no nacido o el matrimonio tradicional: la nueva izquierda dice que, al defender estas cosas, estamos intentando imponer nuestra fe a los demás. El ardid consiste aquí en una falaz imputación de confesionalidad, en virtud de la cual se presuponen motivaciones religiosas en cualquier cosa que diga un católico (aunque se base, no en argumentos religiosos, sino en hechos tan objetivos como que sólo las personas de distinto sexo pueden procrear, o que la ciencia certifica que existe un individuo humano desde la concepción). Aunque los católicos nos esforcemos en razonar en términos laicos, con argumentos que los ateos pueden también entender, ellos se empeñan en vernos como fanáticos que intentan imponer sus dogmas. No nos dejan ser laicos.  

Decíamos antes que la izquierda va por delante en la comprensión de la centralidad de estos asuntos morales y culturales porque la derecha, con honrosas pero contadas excepciones, ha preferido seguir funcionando con el paradigma del siglo XX, cuando las diferencias entre derecha e izquierda tenían que ver sobre todo con el modo de producción económica. La derecha, en general, rehúye el debate sobre ideas y valores, y se refugia en un discurso tecnocrático centrado sólo en la eficiencia gestora: “la economía lo es todo”, señaló hace unos meses Mariano Rajoy. La derecha parece resignada a la hegemonía cultural de la izquierda; está acostumbrada a ir a remolque de la izquierda en las cuestiones morales, ejerciendo en todo caso una tímida resistencia retardataria, pero sin verdadera convicción y, sobre todo, sin atreverse a desarrollar una alternativa cultural integral, capaz de competir de tú a tú con la imagen del mundo difundida por los autodenominados “progresistas”.  

 Y sin embargo… en España está empezando a despuntar quizás una respuesta cultural al progresismo, una alternativa conservadora (creo que no debemos tener miedo del término “conservador” que es ostentado sin complejos por millones de personas en el mundo anglosajón). La derecha social se echó a la calle de manera masiva una y otra vez durante la primera legislatura zapaterista. Y lo hizo, no para pedir incrementos salariales o nuevas subvenciones y servicios, sino para luchar por causas morales: hubo manifestaciones monstruo contra los ataques a la familia, contra las nuevas leyes educativas, contra la ampliación del aborto, contra la negociación con ETA … Han florecido plataformas conservadoras muy exitosas, como Hazte Oir o el Foro Español de la Familia. Existen ya las tropas para la batalla cultural: sólo falta que la derecha política se decida a escucharlas; que el partido de la derecha se decida por fin a tomar en serio las convicciones de su electorado natural. “¡Dios, qué buen vasallo/ si oviesse buen señor!”.

  Pero el título del libro incluye también la palabra “cristianismo”. De un lado, el libro ofrece una explicación a la resurrección del anticlericalismo: en Europa, la Iglesia católica se ha quedado prácticamente sola en el bando conservador de la guerra cultural; la Iglesia es casi la única en defender cosas que, hasta hace pocas décadas, eran defendidas por todo el mundo: la vida del no nacido, el matrimonio, etc.

  En realidad, la Iglesia se ha quedado sola en la defensa de la fiabilidad de la razón, de la capacidad de la razón para obtener verdades éticas universales, frente a una cultura postmoderna que reduce la moral a convenciones, tradiciones, preferencias individuales o grupales. Los católicos nos hemos convertido en los últimos racionalistas, como pronosticó en su momento Chesterton. En definitiva, el relativismo es una forma de pesimismo epistemológico: presupone que la verdad no existe, o que es inalcanzable. Una sociedad relativista es una sociedad que ha perdido la confianza en la razón: la confianza en la capacidad de alcanzar la verdad objetiva en el ámbito moral (y, más genéricamente, en cualquier terreno que trascienda el de lo científicamente comprobable). El tercer capítulo de este libro analiza precisamente ese proceso histórico de eclipse de la confianza occidental en la razón (un proceso que arranca, paradójicamente, en el siglo XVIII, momento de aparente apoteosis del racionalismo). Y llega a la conclusión de que la creencia en la fiabilidad de la razón y la creencia en Dios son inseparables. La razón deicida de los ilustrados se descubre, al cabo de pocas décadas flotando en el vacío, incapaz de resolver el problema de su propio fundamento, de su propia credibilidad. La razón no puede fundamentarse a sí misma: la fiabilidad de la razón no es racionalmente demostrable. En realidad, si Dios no existe, la razón no es otra cosa que un insignificante epifenómeno, una estrategia de supervivencia de un curioso mamífero de reciente advenimiento, en un planeta esmirriado de una estrella de tercera. Si Dios no existe, el corazón de la realidad no es el logos, sino la materia inerte, la danza estúpida de los electrones. La razón no sería más que una excrecencia en la periferia de un cosmos en última instancia irracional. El ser sería esencialmente un pedrusco (y el hombre, una mota de polvo en su superficie).

  En realidad, la visión del mundo y del hombre propuesta por la nueva izquierda es desoladora y estéril. Sus resultados sociales están a la vista: una Europa que cada vez tiene menos niños, que cada vez es menos capaz de formar familias estables; una Europa adicta a la gratificación inmediata, incapaz de planificar a largo plazo, que considera irrenunciables las llamadas “conquistas sociales” y prestaciones gratuitas del Estado del Bienestar y no quiere enterarse de que éstas han dejado de ser sostenibles. Una Europa abocada al colapso socio-económico por envejecimiento de la población, pero donde, sin embargo, la cuestión demográfica sigue siendo tabú, y los pocos que la plantean son despreciados como alarmistas.

  El capítulo IV del libro propone un recorrido histórico que muestra el ascenso y caída de la ética secularizada. Los impulsores de la secularización no pretendían una revolución moral: pensaban que los valores de fraternidad, dignidad humana, libertad, etc., sobrevivirían si se les privaba de su raíz religiosa. Creían que la moral cristiana era reemplazable por una ética atea… sin que su contenido se viese decisivamente afectado. Cabe hablar aquí de un paradójico espejismo: los secularizadores estaban tan inconscientemente imbuidos de supuestos cristianos, que tomaban por “naturales” (o sea: evidentes por sí mismos, independientes de cualquier trasfondo religioso), valores que, en realidad, sólo tienen sentido en el marco de la metafísica y la antropología cristianas. Habrá que esperar al siglo XX para que se extraigan completamente las consecuencias éticas de la secularización: si mis semejantes no son más que animales evolucionados, productos fortuitos de la química cósmica, si no poseen un alma inmortal, ¿qué tienen de sagrado?, ¿por qué tendría que respetarlos?, ¿por qué debería considerarlos hermanos, si ya no tenemos un Padre común? Peter Singer reclamando el derecho no sólo al aborto sino al infanticidio o Steven Pinker declarando que el de dignidad humana es un concepto “estúpido” se limitan a extraer las últimas consecuencias lógicas de lo que ya Dostoievsky intuyó en el siglo XIX: “si Dios no existe, todo está permitido”. Y el propio Nietzsche, profeta de la muerte de Dios, pronosticó –son palabras literales suyas- que la muerte de Dios comportaría “el hundimiento de toda la moral europea”.

  El filósofo agnóstico Marcello Pera –expresidente del Senado italiano- propone invertir la fórmula de Hugo Grocio: en lugar de una ética etsi Deus non daretur (como si Dios no existiese), reconstruyamos una ética veluti si Deus daretur (como si Dios existiese), aceptable incluso por agnósticos que, sin estar convencidos de la existencia de Dios, deciden apostar por el sentido, e intentar actuar “como si Dios existiera”.

Los no creyentes “de buena voluntad” pueden, por tanto, colaborar con los cristianos en la regeneración moral de Europa. En su diálogo con Marcello Pera, Joseph Ratzinger –actual Benedicto XVI- saludó con verdadero interés la idea de una ética veluti si Deus daretur; Ratzinger vislumbra un “cinturón” de agnósticos (“compañeros de viaje” simpatizantes con la moral cristiana) que acamparía en las inmediaciones de la Iglesia; se sirve para ello de metáforas evangélicas: “el Señor comparó el Reino de Dios con un árbol en cuyas ramas anidan aves de muchos tipos” (Mt. 13, 32); así también la Iglesia debe encontrar las adecuadas fórmulas de coordinación con los agnósticos que, como náufragos del hundimiento de las éticas laicas, llegan ofreciendo cooperación (y, de algún modo, “demandando asilo”). La Iglesia debe saber articular varios círculos concéntricos de pertenencia, en el más exterior de los cuales ni siquiera se pida la fe (pero sí la defensa de la ética veluti si Deus daretur). La Iglesia debe proporcionar algún tipo de acogida a quienes —como Gustavo Bueno, Oriana Fallaci, Giuliano Ferrara o el propio Marcello Pera— se proclaman, al estilo de Charles Maurras, “ateos, pero católicos”.      


Comentarios

Por Visor 2012-03-06 15:17:00

Hombre, leyendo a "locuras" talmente parece decir que a Cristo lo inventaron los curas quienes no tenían nada que decir para justificar su permanencia... Un caso raro...


Por locuras 2012-03-05 15:12:00

Visor tu si que lo eres, personajes que emborrachen a gentes en lago tan necio y fuera de lo natural, pero dando por bueno que el judío resucitase que nos incumbe tal regularidad o lo que es lo mismo los curas no tienen nada mejor que decir para justificar su permanencia. Miserable lo seras tu Visor, que el mayor problema sea este.........


Por Visor SE HA OMITIDO EL CO 2012-02-29 14:46:00

Si Cristo no ha resucitado (...) somos los más miserables de todos los hombres (...) pero, ahora, si Cristo ha resucitado de entre los muertos... (San Pablo


Por Visor 2012-02-29 14:45:00

<>(San Pablo). Creo que es un libro muy digno de lectura y meditación. El marxismo o la izquierad fagocitan todo lo que les conviene: en este caso el posmodernismo, para alcanzar sus fines. Una vida plana, sin ideal y sin actuación. Sin referencias... único horizonte: unas horas frente a una TV con programación postmoderna (no añado qué programas porque están en la mente de todos) unos botes de cerveza los fines de semana y quizá un partido de futbol... y a esperar el fin de semana que viene. Hablando de futbol, me comentan que en muchos grandes estadios ya se alquilan nichos para enterramientos de los difuntos forofos. Toda una espera trascendental.


Por maximoall 2012-02-29 12:48:00

Por favor don miguel que cosas dice usted: ¡Hombre! Pueden ser referentes en un sistema democrático: Un cura, un abogado, un minero? demócratas, en fin usted mismo si lo fuera. Aunque me temo que, diciendo las barbaridades que dice, pueda serlo.


Por Guillermo 2012-02-28 17:35:00

Parece increible que haya gente tan obtusa como Vd. Miguel. Casi me atrevo a decir que donde no puede haber democracia es con gente como Vd. Debe Vd. disfrutar mucho paseándose por un periódico católico como éste. Pues a ver si aprende algo de respeto, tolerancia... y democracia


Por Faustino B. 2012-02-27 16:32:00

Ya vemos su democracia sr. miguel, los curas fuera, los que piensan diferente fuera, curiosa democracia la suya d. miguel


Por miguel 2012-02-27 15:48:00

Hombre un cura no puede ser referente en un sistema democrático, dada su trayectoria.


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