Sabado, 23 de noviembre de 2024
inmigracion
Una crónica desde Budapest
En 1900, la población de Europa era cuatro veces mayor que la de Africa; hoy, la africana ya casi dobla a la europea (y, de mantenerse las tasas de fecundidad actuales "Europa, 1.6 hijos/mujer, Africa, 4.7-, en 2050 la cuadruplicará). El PIB per cápita de los principales países de Europa occidental oscila entre los 80.000 dólares (Irlanda) y los 40.000 (España); el de los países más importantes de Africa oscila entre los 6.600 de Libia y los 475 de Madagascar, con una mayoría de países por debajo de los 4.000. La mediana de Europa occidental debe andar por los 50.000 dólares, y la de Africa por los 3.000. Lo cual arroja un diferencial de 17 a 1.
Según una reciente encuesta Gallup, uno de cada tres habitantes de Africa quiere venir a vivir a Europa.
"Lo que hay que hacer es incrementar las ayudas al desarrollo para que esos países salgan de la pobreza y sus habitantes ya no necesiten emigrar": así reza uno de los clichés más extendidos. Compartir sala de conferencias durante tres días con algunos de los mejores especialistas en inmigración "como pude hacer la semana pasada en Budapest" sirve para entender que las cosas son mucho más complicadas. Por ejemplo, el desarrollo económico "al menos, en una primera fase- no reduce el flujo migratorio, sino que lo incrementa, pues aumenta el porcentaje de población que puede ahorrar el dinero suficiente para pagarse los billetes de avión a Europa o un pasaje en una patera fletada por las mafias de tráfico de personas.
La inmigración masiva "junto al invierno demográfico, con el que está estrechamente conectada: vienen millones a ocupar el vacío generacional que los europeos hemos creado no teniendo niños- va a ser la gran cuestión europea de las próximas décadas. Es inquietante comprobar que se ha vuelto imposible abordarla racionalmente. Un cóctel de emotivismo (la foto del cadáver del niño Aylán Kurdi en una playa griega decantó la posición de la prensa sobre la avalancha de "refugiados" en 2015), complejo de culpa histórico ("nosotros colonizamos sus países: es normal que ahora nos devuelvan la visita"), fatalismo derrotista ("es la globalización: no se pueden poner puertas al campo"), angelismo y hegemonía cultural de la izquierda impide debatirla. Quien lo intenta es tachado de racista y xenófobo.
El pensamiento único multiculturalista y pro-inmigración ha impuesto varias mentiras absurdas. Es falso, explicó Eric Zemmour, que "Europa haya sido siempre una tierra de acogida": lo que sufrió Europa "de Alarico a Tariq, de Mehmet II a Solimán el Magnífico- fueron una serie de invasiones de las que intentó defenderse con mayor o menor éxito. En realidad, Europa no fue "en el siglo XIX y primera mitad del XX- un continente de inmigración, sino de emigración masiva. Y sí, una buena parte de esos emigrantes consiguieron fusionarse en la sociedad norteamericana, australiana o argentina, o en los respectivos países europeos. Pero no todos: de 3 millones de italianos emigrados a Francia entre 1870 y 1940, solo un millón echó raíces en el Hexágono.
Y, sobre todo, el ?melting pot? funcionaba entonces porque se trataba de migraciones intraoccidentales (italianos en Francia, españoles en Alemania, irlandeses en EE.UU.). La cultura importa, las civilizaciones existen, como teorizó Samuel Huntington. Un polaco se integrará más fácilmente en Chicago que un argelino en París.
Los países de acogida, por lo demás, ya no exigen la asimilación (adopción de las costumbres, lengua y código moral del país de acogida). El multiculturalismo reconoce el "derecho a la diferencia" y prohíbe considerar superior la cultura occidental. El resultado son los guetos étnicos y la "des-asimilación" (Georges Bensoussan): los inmigrantes de segunda o tercera generación "sobre todos, los de raíz islámica- están peor integrados que sus abuelos.
En Budapest también se pudo escuchar a la parte africana. Dos obispos nigerianos explicaron la sangría de capital humano que suponía para su país la emigración; pidieron que Europa ayude a resolver algunos de los desastres que provocan el éxodo: desertificación, inundaciones, hordas de ganaderos nómadas que expolian a los agricultores (sic), matanzas de cristianos a manos de la milicia islámica Boko Haram… Y la gran Ayaan Hirsi Ali explicó cómo en los 90 pudo escapar de un matrimonio forzoso gracias a las leyes europeas de asilo, que le permitieron asentarse en Holanda. Inmigrante modelo, licenciada en la Universidad de Leiden, habría tenido una vida cómoda si se hubiera quedado callada. Pero sentía el deber de advertir que, con la inmigración islámica masiva, estaban llegando a Europa los "asesinatos de honor", los matrimonios forzados y las células yihadistas (formadas a veces por sujetos que cobran subsidios sociales en Holanda o Francia). Ali había simpatizado con los Hermanos Musulmanes en su adolescencia; tras el 11-S, le horrorizó comprobar que "los versículos del Corán que citaba Bin Laden eran auténticos": es decir, que la religión de su infancia albergaba la semilla de la violencia en sus textos sagrados. Tras el asesinato de Theo van Gogh (con quien preparaba el documental "Sumisión"), Ali ha tenido que vivir con constante protección policial. En la actualidad sostiene que hay una fractura entre radicales (los "musulmanes de Medina") y moderados que querrían renunciar a la sharia y otras partes del Islam incompatibles con la modernidad (los "musulmanes de La Meca": se refiere a los dos periodos de la vida de Mahoma). Occidente está ayudando de hecho a los radicales (por ejemplo, designándolos interlocutores oficiales en organismos como el Consejo Francés del Culto Musulmán). Los heroicos moderados que defienden "jugándose la vida- la reforma del Islam deberían ser tan celebrados como en su día lo fueron los disidentes soviéticos; sin embargo, nadie conoce sus nombres.
En Budapest se hizo patente una vez más la fractura moral entre la Europa occidental y la central-oriental. Cuando hablaban políticos checos o húngaros, se oían cosas que resultarían impensables en Francia, UK o España. Roman Joch: "En Chequia no queremos recibir la inmigración musulmana masiva que se ha establecido en Europa occidental; si ustedes han fracasado en su integración, nosotros no lo haremos mejor". La ministra húngara Katalin Novak explicó las políticas pro-natalidad de su gobierno, concebidas como alternativa consciente a la inmigración masiva. Su compañero de gabinete Zoltan Kovacs explicó las manipulaciones de la prensa europea en 2015, cuando los húngaros fueron presentados como una caterva de ogros insolidarios (aquella periodista que zancadilleaba al entrenador de fútbol al que España se apresuró a conceder asilo…). El expresidente checo Vaclav Klaus explicó que, en materia migratoria, el etiquetaje ("racista", "xenófobo") ha sustituido a la argumentación; la élite progresista se ha entregado al onanismo emocional-moral ("¡qué solidario y antirracista soy, no como el energúmeno populista de ahí enfrente!, ¡admiradme!") y al "culto pseudorreligioso de la diversidad y la multiculturalidad como un valor en sí mismo".
Y llegó el turno de Viktor Orbán (de quien Jaime Mayor Oreja había dicho previamente que "su esfuerzo y coraje en la defensa de los valores cristianos europeos es la causa de sus dificultades actuales en el seno de la UE"). El primer ministro húngaro explicó que nada hacía prever que su país, pequeño y relativamente pobre, fuera a convertirse en lo que es hoy: una referencia ideológica dentro de una UE dividida y perpleja. Se ha ganado ese estatus "y Orbán, el de bestia negra de Bruselas- merced a su firmeza en la "crisis de refugiados" de 2015: no, Hungría no aceptaría la cuota de "refugiados" (en realidad, entre ellos muchísimos inmigrantes económicos, la mayoría hombres en edad militar) que quería imponerle la UE.
En Europa central, la Historia cuenta mucho. Son naciones pequeñas que, aunque poderosas en la Edad Media (la Hungría de Bela IV, la Polonia de los Jagellones), han tenido una existencia precaria en la Moderna, siempre amenazados por invasiones asiáticas (los otomanos en Mohacs 1526), por la disolución en imperios continentales plurinacionales o, en el siglo XX, por los totalitarismos nazi y soviético (en cuya derrota jugó el propio Orbán un papel importante en 1989). A diferencia de las occidentales, no se sienten culpables de nada "no tuvieron imperios coloniales- ni dan su propia supervivencia por supuesta. Emancipados del imperio soviético hace sólo 30 años, no están dispuestos a someterse a ningún otro poder supranacional, ni a renunciar a la defensa de sus fronteras. Tampoco están dispuestos a repetir el experimento multicultural que, en su opinión, está fracasando a ojos vista en Francia o Gran Bretaña ("el único indicador creíble de integración son los matrimonios mixtos, y hay muy pocos"). Conscientes del invierno demográfico, están apostando por la reactivación de la natalidad propia.
Con una sinceridad insólita en un político, Orbán reconoció que el grupo de Visegrado está en una situación difícil: "De momento, estamos resistiendo la presión de Bruselas. Pero no sé cuánto tiempo más podremos resistir". Para resultar sostenible, Visegrado "que no es una simple alianza de países con intereses parecidos, sino una auténtica alternativa ideológica- necesita ser reforzado por algún país occidental potente. Podría ser Italia, dijo Orbán. O España.
Columnistas
La subida global de temperaturas y la conveniencia de ir sustituyendo las fuentes de energía tradicionales (gas, petróleo y carbón) por otras más sostenibles es un tema de permanente actualidad tanto en los medios de comunicación como en la política. Frente a la versión aplastantemente mayoritaria del problema y sus soluciones, el ciudadano atento y bien informando acaba descubriendo algunos problemas a los que no se les presta demasiada atención. En este artículo se presentarán algunos de ellos
Por Francisco Javier Garcia AlonsoLeer columna
La propuesta que más influyó para atraer el voto de muchos europeos hacia las nuevas derechas es el rechazo a las políticas que facilitan la inmigración incontrolada, pues están convencidos de que aumenta la delincuencia y favorece la islamización de Europa
Por Angel Jiménez LacaveLeer columna
La alternativa a la "justicia social" no es un escenario de pobres muriéndose en las aceras por falta de recursos para pagarse un hospital. La alternativa sería una sociedad en la que, con una presión fiscal que fuese muy inferior a la actual, la gran mayoría de la gente se las arreglase muy bien por sí misma, sin depender de papá Estado. Publicado en el centro Covarrubias
Por Francisco J Contreras Leer columna
Este hombre de 82 años ha hecho más daño al sanchismo en dos meses que Feijóo y sus diputados en esta legislatura
Por Rafael Sánchez SausLeer columna
En su libro “Agenda 2033, nueva y eterna”, Eduardo Granados presenta una propuesta para que pongamos nuestra mirada en 2033, fecha en la que se cumplen dos mil años de la Redención. En 2033 confluyen las celebraciones del bimilenario de la institución de la Eucaristía, de la muerte y resurrección de Cristo y del nacimiento de la Iglesia. En esta entrevista el autor nos da las claves de esta original propuesta.
Por Teodoreto de Samos Leer columna
Detrás de tanta normativa milimétrica se agazapa una desconfianza descomunal en la gestión privada, que actúa como un implícito reproche moral. Publicado en El Debate
Por Enrique García MáiquezLeer columna
Occidente no perdió el rumbo en 1776, sino en 1917 y 1968.
Por Francisco J Contreras Leer columna
Sólo el advenimiento de los Reyes Católicos, y el resultado de su prodigiosa obra, pudo superar, andando el tiempo, esa primacía en la memoria de los castellanos. Pero para ello hubieron de pasar casi doscientos cincuenta años Publicado en El Debate
Por Rafael Sánchez SausLeer columna
Cabe resaltar aquí lo afirmado por el fiscal jefe de la Audiencia Nacional: "En definitiva, da igual el explosivo que se utilizara, lo cierto es que todas las pruebas apuntan a que estos personajes fueron los que cometieron ese atentado y la trama asturiana proporcionó los explosivos" (sic).
Por Ana María Velasco Plaza Leer columna
El papel rector de la Comisión Europea —que concentra todo el poder ejecutivo y gran parte del legislativo de la UE, pero no responde ni ante los Gobiernos nacionales, ni ante los ciudadanos europeos ni ante el Parlamento Europeo— es el principal instrumento de ese proceso de supranacionalización Publicado previamente en LA GACETA
Por Francisco J Contreras Leer columna