Sabado, 23 de noviembre de 2024
Educación y Autoridad
Vargas Llosa y la Autoridad
Vargas Llosa, eminente escritor hispano peruano, se ha visto últimamente en los periódicos debido a su consagración como premio nobel de literatura 2010. No es mi intención comentar aquí su obra literaria, más bien me gustaría sacar a luz unas frases que el mismo dijo en Suecia recogidas por el diario El Mundo, y que es bueno que se reflexione debido al cambalache mental en que se encuentra inmersa nuestra sociedad.
Cuenta el literato que, aprendió y se refugió en el arte literario de un modo autodidacta, gracias a su padre, el cual le facilitó su talento de un modo negativo. Las palabras en el periódico del día 9 de diciembre de 2010 son las siguientes: “Con él descubrí cosas que no conocía: la soledad, la autoridad y el miedo (…) Sí, gracias a él, al miedo que me provocaba me refugié en la literatura. Él despreciaba todo lo que yo hacía y eso me hizo insistir más en ello. El rechazo de la figura de mi padre me hizo ser escritor, fue una forma de resistir a su autoridad”. Estas duras palabras sobre su padre reflejan heridas que el autor nunca pudo cicatrizar. Ahora bien, creo que es preciso ahondar no tanto sobre ellas, como sobre la mentalidad actual y la figura de la autoridad. Tomo el ejemplo del escritor y su padre, no para comentar su experiencia, realmente dura, sino para discernir sobre el principio de autoridad en contraposición al de la tiranía u opresión. Es casi seguro que la mayoría podría tomar de un hecho singular y particular (la experiencia de Vargas Llosa) una idea general, o casi un principio (lo mismo ocurrió hace poco con las palabras de Benedicto XVI acerca del preservativo), a saber: la oposición radical a la figura del padre, como un flujo de verdadera expresión, como una constante para el vuelo de la libertad etc. Autoridad vs. Libertad, esta dialéctica es planteada por mucha gente.
Desde hace prácticamente doscientos cincuenta años, la idea de la Autoridad, en primer lugar adjudicada a Dios Padre, ha venido desmoronándose en varios niveles. Son como losas sustentadas en dos muros que, rompiéndose la primera en altura, destruye a las demás que están debajo. Así pues, la Ilustración llamaba a Dios como supremo arquitecto o gran relojero que sólo ordenaba la naturaleza y sus leyes físicas. Pero ni se les ocurría llamarle Dios Padre Creador, pues significaba decir dependencia en tanto hijo o creatura, con lo cual un opresor de nuestra libertad. Y así se empezó a apartar a Dios de la sociedad.
En segundo lugar, en el terreno político se instauró una democracia individualista, y entonces todo aquello que representase autoridad y orden, era (y es) signo de autoritarismo, paternalismo, presidencialismo etc. Todo, en definitiva, porque una persona ostentaba un poder regidor, era considerado una opresión para los demás, puesto que la voluntad de uno predominaba sobre la del otro.
En las relaciones sociales sucedió otro tanto. Por ejemplo el profesor, la autoridad en clase, fue perdiendo razón cuando reprendía a un alumno. Esto trajo, con el paso del tiempo que los padres desconfiaran del maestro.
Todo esto se vio reflejado en los eslóganes lanzados por la Revolución Francesa, esas tres palabras (Libertad-Igualdad-Fraternidad), pero ni hablar de la Autoridad.
En el catecismo de la Iglesia Católica, se habla de la autoridad. Afirma que “toda comunidad humana necesita de una autoridad que la rija”. En verdad la familia es una comunidad entre personas, no es la única, pero comunidad al fin y, si no es regida por una autoridad, es probable que se desvíe. Lo que hace un buen padre es levantar, acompañar, corregir, enseñar el camino, ser responsable, educar en la libertad etc. Pero nunca oprimir, o no debería (si oprime se llama tirano).
No tiene porqué existir la confrontación dialéctica entre Autoridad y Libertad. Es preciso entender bien esta diferencia porque caben dos radicalismos: o la tiranía o la anarquía. En uno se niega la libertad y en el otro se la lleva al exceso absoluto.
El problema de estos tiempos revoltosos es que la idea “autoridad=tiranía” se ha trasladado a la familia. El padre ha dejado de ser la cabeza porque, claro, “oprimiría la ternura de la mujer y limpiaría con un cachetazo las lágrimas del niño” según los pensamientos ideológicos. Conclusión: tenemos a un padre que es un “colega” del hijo, y por supuesto, el mejor prestamista de sus polluelos.
Lo que debería hacer un padre es preocuparse por la vida del hijo, por enseñarle a vivir. Y lo tendría que hacer porque le quiere, ya que amar o querer significa buscar el bien del otro. La autoridad paterna se ejerce movida por la caridad al que todavía no recorre el camino. Sin embargo el padre ha dejado de ser autoridad, por miedo a esas acusaciones que resuenan en la sociedad de hoy y se cuelan en muchas familias: “Eres un machista”, “eres de la vieja escuela”, “pareces un patriarca”, “te has quedado en la Edad de Piedra” etc. Todos, acusadores y acusados, se dejan ganar por tales afirmaciones debido a la confusión entre Autoridad y Tiranía o bien, de poder y opresión.
Es necesario que se recupere la autoridad en la familia. No por la preeminencia de una voluntad sobre la otra, sino porque uno tiene experiencia y el otro no. El hijo debe obedecer porque confía en que el padre busca su bien. (Y evidentemente el debe buscarlo).
Es verdad que, tampoco podemos obedecer en todas las cosas. Cuando se manda algo malo, como por ejemplo matar a tu hermano sin más o, en el caso de Vargas Llosa, ser el obstáculo de un gran talento. Por otra parte, si la autoridad manda algo fuera de su jurisdicción no estamos obligados a cumplirlo. Así pues, si el Papa manda no fumar, no hay obligación de obedecer puesto que no entra dentro de su jurisdicción. O en el caso de que un general obligue a un soldado comprar un coche determinado.
Hablando de la autoridad y la obediencia el padre Castellani decía que, las excelencias del Superior pasan o se comunican al inferior, cuando le obedece. Es decir, se elevan ante una figura que sabe, y que ella lo hace por caridad hacia él. Entonces si se fuera obediente, las excelencias, o la gracia de Dios, pasarían a sus creaturas; la sabiduría del maestro pasaría al alumno, la enseñanza del padre sobre la vida pasaría al hijo. Pero he aquí que, como hemos dicho antes, la Autoridad puede desviarse, excepto la de Dios evidentemente.
En definitiva, un padre que no sabe tener autoridad pierde toda condición de padre, como la pierden muchos de ahora, y como la perdió el padre de Vargas Llosa. Pero el escritor yerra al decir que conociendo a su padre conoció la autoridad. El padre debe tener conciencia de que le ha sido dado un hijo al cual debe educar. Y esto significa enseñar a vivir en la rectitud de la condición que nos ha sido dada por la naturaleza, cual es, la de ser un hombre. No es posible que los padres dejen a los hijos campear en la libertad absoluta, que no tengan referencias de ideales o metas a las que llegar, sin saber que les arriman a un vacío absoluto, a la soledad y a la desesperación.
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